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Aug 14, 2011

De mujeres “abolilladas” y otros puñetazos

Por:  Wayunkerra Epinayu
Karmen Ramírez Boscán*

Confieso, que reflexionar acerca de lo que ha sucedido esta semana relacionado con los golpes que ha propinado el director técnico de la Selección Colombiana de Futbol, Hernán Darío “El Bolillo” Gómez, en contra de una mujer anónima para el mundo, en lo personal, me ha desconcertado, no solo por la gravedad de los hechos ocurridos, sino también porque han reaflorado sentimientos que debieran estar sanados. 

Cuando me enteré por las noticias que, en la distancia, intento leer todos los días para permanecer al tanto de lo que sucede en Colombia, no pude evitar llenarme de indignación.  Tampoco pude evitar que miles de sentimientos encontrados volvieran a hacerme reflexionar sobre las múltiples facetas de la violencia en contra de las mujeres.  En éste país lamentablemente, ni gran parte de la sociedad, ni mucho menos las instituciones del estado que supuestamente debieran atender la problemática en este sentido,  están preparadas para afrontar lo que esta dramática realidad significa, pese a la gran labor de visibilización que, sobre la violencia en contra de las mujeres, han llevado a cabo las organizaciones de mujeres y feministas en Colombia. 

Sobre el tema, quisiera empezar refiriéndome a la necesidad imperante de los hombres de salvar toda su responsabilidad, cuando ejercen actos criminales, como estos.  Sí.  Para los hombres maltratadores, es absolutamente fácil que, después de haber utilizado, agraviado, ofendido, insultado, golpeado, calumniado,  y quien sabe qué miles de cosas más, a una mujer, simplemente,  con el arrepentimiento y las disculpas oficiales, o para el caso más judeocristiano, el pedir perdón, se pretenda que todo quede saldado, además de olvidado, para hacer de tripas corazón y borrón y cuenta nueva.  Por supuesto, vale la pena decir que, de hecho, muchos hombres que ejercen cualquier tipo de violencia en contra de las mujeres, claman por no ser llamados o juzgados como maltratadores de mujeres por hechos, ellos mismos sostienen, que han sido producidos por la ira o el alcohol, lo que a su vez, los empuja, involuntariamente, aunque en ocasiones logren perder la razón,  a propinar algunos moretones a la mujer agredida.  Por eso los hombres que han ejercido cualquier tipo de violencia en contra de cualquier mujer, reclaman, que no son ningunos Bolillos. 

Seguido a los actos de violencia perpetrada en contra de una mujer, germinan inmediatamente los hombres que encubren o justifican estos delitos tal como es el caso de Cesar Augusto Londoño, quien por su cuenta en Twitter, se atreviera a decir que las acusaciones en contra de El Bolillo, eran falsas ya que él podía dar fe de que el director técnico se encontraba con él, en el momento de ocurridos los hechos.  Aparecen los Higuita que defienden a capa y espada a los pega mujeres, dedicándose a hacer campañas en favor del victimario.   Sin embargo, lo más injusto y ofensivo, y de esas, tristemente debo decir, conozco bastantes,  es que aparezcan mujeres como la Senadora Liliana Rendón, limpiando a toda costa el nombre del maltratador, y lo que es más grave, acusando no solo a la víctima, mujer anónima para este caso, sino a todas las mujeres, a esas miles de “mujeres abolilladas”, para convertirlas en las responsables de las acciones insólitas que llevan a hombres honorables, respetables y casi santos, a maltratar, calumniar y golpear a una mujer.

La  sociedad, en todo este maquiavélico contexto, entra también a jugar su partido. Los familiares de la víctima y del maltratador, los amigos cercanos, los vecinos, o incluso  para el caso del Bolillo Gómez, el país entero, sostienen opiniones divididas frente a los casos de violencia contra las mujeres. Lamentablemente, gran parte de la población, siempre considerará que las mujeres somos celosas, locas, mitómanas e incontrolables.

La realidad en el contexto colombiano, es que las mujeres insultadas, maltratadas, golpeadas, humilladas, esas “mujeres abolilladas”, muchas veces temen denunciar precisamente por la confusión de emociones que estas situaciones producen, pero sobre todo, por el temor a enfrentar éstas realidades debido a las graves secuelas sicológicas que les genera la violencia en su contra, sin mencionar que, en el contexto colombiano, la ausencia de medidas de protección que garanticen que sus agresores no las volverán a violentar después de denunciar, las cuales son inexistentes. A esto se suma otra desastrosa situación y es la de enfrentarse a  los funcionarios públicos quienes, supuestamente, debieran dar soluciones a una situación de violencia en contra de una mujer, pero por el contrario, en muchísimos casos, desde las instituciones encargadas de garantizar que estos hechos sean juzgados y no se repitan, también culpan a la víctima, ofreciéndole soluciones que causan impotencia, además de vergüenza, frente a los delitos que una “mujer abolillada” se atreve, con gran dificultad y a pesar de su cobardía, a denunciar. 

Con éste caso, pienso que miles de mujeres en Colombia, se debieron hacer la misma pregunta que yo me hago aún hoy, varios días después del incidente:  ¿Qué lleva a una mujer como la Senadora Liliana Rendón a considerar que un golpe o cualquier otro tipo de violencia que se produzca en contra de una mujer, puede justificarse desde la incitación que pueda provocar la víctima misma para que sea castigada por su agresor?.  Considero que Liliana Rendón, es bastante ignorante de las luchas de las mujeres en el mundo, que además no alcanza a comprender por completo que, el hecho de ser feminista, no significa que se esté luchando por controlar las posiciones de los hombres o por ser machos igual a ellos; al mismo tiempo, una mujer como ella, se niega a reconocer por completo que las feministas, e incluso las femeninas, como ella misma se declara, han luchado de todas las formas por la igualdad y la dignidad de las mujeres que han sido, una y otra vez, a lo largo de la historia, socavadas, menospreciadas y ridiculizadas, por el simple hecho de pretender defender nuestros derechos. 

A la Senadora Rincón, en lo personal, no la responsabilizo de su ignorancia, ya que ella no está obligada a ser una experta en cuestiones de género o de mujeres, sin embargo,  siendo ella misma mujer, y sobre todo cuando ostenta el cargo de senadora de la República, ella sí que tiene al menos la obligación de saber que, en Colombia, desde el 4 de diciembre de 2008, existe la Ley 1257 por la cual se dictan normas de sensibilización, prevención y sanción de formas de violencia y discriminación contra las mujeres, aunque aterradoramente,  en Colombia, hacer valer la ley sea una alucinación, ya que la impunidad es el plato fuerte de todos los días.

La Ley 1257 de 2008, en su artículo primero enfatiza su objeto, que no podría ser otro distinto al de garantizar que ninguna mujer, sufra violencia en su contra, tanto en el ámbito público como en el privado (Art.1º).  También la Ley define la violencia en contra de la mujer en su Artículo 2º y en su Articulo 3º se contemplan los daños causados a una mujer los cuales pueden ser 1)Daño Sicológico, 2)Daño o Sufrimiento Físico, 3) Daño o sufrimiento sexual y 4) Daño patrimonial.  En total, la Ley contempla VIII capítulos con 39 artículos.  Al desatarse el caso del Bolillo, mucho se ha hablado sobre la muy famosa Ley 1257 de 2008, pero de lo que poco se ha comenta es de su absoluta inoperancia y aquí, me permitiré relatar, sin nombres, cuatro de muchos de los casos nos llegan a la organización.  De los casos que hablaré a continuación, hemos intentado medianamente hacer la documentación de los hechos, los cuales precisamente hemos intentado leer desde la relación que éstos tienen con el Art.3º de la Ley:

1)    1)  Sobre el daño Sicológico y físico:  Hechos ocurridos en agosto de 2011.  Una mujer Wayuu de 21 años, fue golpeada por su padre quien, valga la pena mencionar, ha sido un hombre violento toda la vida.  También golpeó en la misma fecha a su madre a quien ha violentado física y sicológicamente durante los más de 22 años que llevan juntos.  Evidentemente, la mujer Wayuu de 21 años, está bastante perturbada emocionalmente y teme por la seguridad de su madre y la suya misma.  Al acudir a la organización, le aconsejamos que debía denunciar lo sucedido, para lo cuál acudimos al ICBF – Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, en donde no la atendieron por no ser menor de edad, sin embargo le sugirieron interponer una denuncia ante la Fiscalía del municipio de Maicao, en donde, en primer lugar le manifestaron que pensara bien en si quería denunciar porque, su madre y ella no habían sido golpeadas por alguien desconocido, sino por su padre y en segundo lugar, no le recibieron la denuncia por tratarse de un caso menor.  La Fiscalía del municipio de Maicao, al final, desconoció y evadió la denuncia de la mujer Wayuu de 21 años.

2)    2)  Sobre daño sicológico:  Hechos ocurridos en junio de 2011.  Una mujer Wayuu es amenazada por su ex compañero sentimental con quitarle su hijo.  Durante meses, la amenaza con ir a las autoridades para denunciarla como desquiciada, para poder pelear la custodia de su hijo.  El ex compañero, le exige que deje a su hijo con la abuela paterna.  La mujer Wayuu de 26 años, asustada accede a dejar por un tiempo a su hijo con la abuela paterna, sin embargo, las presiones por parte del ex compañero continuaron.  Al acudir a la gestión de apoyo de la organización, la mujer Wayuu de 26 años, decide presentar el caso ante el ICBF – Instituto de Bienestar Familiar de Riohacha, en donde le manifiestan que, casos como esos, en donde se involucran indígenas Wayuu, no pueden ser atendidos por esa institución, con el argumento de que los indígenas tienen sus propias leyes, las cuales el ICBF como institución del Estado, respeta y acata.  Le sugirieron acudir a la Casa Indígena de Riohacha, a donde por supuesto la joven Wayuu de 26 años, no acudió por temor a que la información sobre sus intenciones de denunciar, fuera filtrada. 

3)    3)  Sobre daño sicológico, físico y patrimonial:  Hechos ocurridos en enero del 2010.  El compañero sentimental de una mujer Wayuu de 38 años de edad, abandona por voluntad propia la vivienda de propiedad de los dos.  Un día, sin previo aviso, el ex compañero sentimental, regresa a la casa.  Discuten y en medio de la discusión, se pelean a golpes.  Posteriormente él denuncia ante una inspección de policía que fue él el agredido por la mujer Wayuu de 38 años.  La mujer, llena de moretones en el cuerpo, decide tratarse de manera tradicional y prefiere no denunciar por vergüenza, sin embargo un día que regresa a la casa, el ex compañero sentimental había cambiado todas las cerraduras de las puertas para evitar, a toda costa, que ella ingresara a la vivienda de propiedad de los dos. La mujer Wayuu de 38 años, decide denunciar ante la Fiscalía de Valledupar en donde le manifiestan que ellos no pueden hacer que el excompañero sentimental le devuelva la casa.  Le aconsejaron que lo mejor que ella podía hacer, era pedir ayuda de sus familiares para que pudiera dormir en la casa de alguno de ellos.  Posteriormente, la mujer Wayuu de 38 años, decide acudir a la Defensoría del Pueblo de Valledupar, en donde le asignaron una abogada de oficio, que nunca la representó, lo que la obliga a presentar el caso ante varias instancias entre las cuales podemos mencionar, ICBF, Consejería Presidencial para la Equidad de la Mujer, y finalmente, a la Defensoría Delegada para los Derechos de la Niñez, la Juventud y la Mujer.  En ninguna de las instituciones a las que acudió, la mujer Wayuu de 38 años de edad, pudo encontrar apoyo para recuperar su casa, además su caso, nunca fue atendido y nunca recibió respuesta alguna, pese a  la interposición de varios derechos de petición.  La mujer Wayuu de 38 años, estuvo viviendo en casas de amigos y familiares por cerca de 8 meses sin que su caso fuera resuelto.  Vale la pena mencionar que el agresor que causó daño físico, sicológico y patrimonial, aún sigue trabajando en la Defensoría del Pueblo de la ciudad de Valledupar. 

4)   4)   Daño sicológico:  Hechos ocurridos en marzo del 2011.  Me permito para éste caso, nombrar a  la víctima, ya que su situación ha sido difundida medianamente en los medios de comunicación locales.  La mujer Wayuu Yaneth Suárez Epiayu de 20 años de edad, es abandonada por su compañero Luis Ocando, cuando ella tenía 29 semanas de gestación.  Según algunos de sus familiares, a Yaneth Suárez Epiayu, se le adelantó el parto, pero según las versiones de los medios de comunicación y los médicos, ella intentó “asesinar” con un cepillo de dientes, a su hijo, que aún no había nacido.  La mujer Wayuu Janeth Suárez Epiayu, según los medios  de comunicación ha sido judicializada por asesinato de un menor.  El proceso en su contra, aparentemente lo lleva el ICBF – Instituto Colombiano de Bienestar Familiar. 

Con el sumario de casos anteriores, en primera medida se evidencia la violación de varios derechos fundamentales, así como otros derechos económicos sociales y culturales, contemplados no solo en la legislación colombiana, sino también en varios instrumentos internacionales.  Ciertamente, los hechos relatados, los cuales han ocurrido en el 2010 y 2011, hubieran podido ser manejados desde las perspectiva que contempla la Ley 1257 de 2008, la cuál, se supone, entró en vigor un año después de su aprobación en el Congreso de la República, es decir en diciembre 4 de 2009.  Con los hechos anteriores, se demuestra que  las autoridades claramente incumplieron con su obligación de atender y dar respuesta a la violencia que pretendieron denunciar las víctimas, sin embargo las instituciones involucradas, no tuvieron la voluntad de atenderlas, ni siquiera fueron capaces de plantear una solución, minimizaron el problema, pusieron a las víctimas en un nuevo riesgo, fomentaron la impunidad y con ello también, la repetición de los hechos.  Las víctimas, quienes han terminado por ser revictimizadas, se enfrentan a los casi inexistentes esfuerzos que el Estado Colombiano ha realizado para remediar la situación de violencia en contra de las mujeres.   Adicionalmente a esta situación de inoperancia institucional, se suma la ausencia absoluta para la toma de medidas que tengan en cuenta el manejo diferenciado de los casos, ya que no se tiene en cuenta la identidad étnica o cultural, ni mucho menos, su posición de vulnerabilidad ante la sociedad. 

Hartos Higuitas e incontables Lilianas Rincón, han aparecido en todos los casos.  También aparecen aquellos que quieren condenar y proceder con todo el rigor de la ley en contra de los Bolillos, sin embargo, la situación de éstas 4 mujeres Wayuu, por supuesto, sigue impune, tal y como siguen impunes e invisibles, la de miles de mujeres abolilladas, no por un personaje público, sino por toda una sociedad insensible e indiferente ante la violencia de cualquier tipo, que se ejerza en contra de las mujeres.  Es incuestionable que los procesos judiciales deben llevarse a cabo en contra de quienes cometen los actos violentos, pero más allá de las penas o condenas que se puedan procurar para castigar a los violentos en contra de las mujeres, se necesita un cambio substancial para desenraizar la cultura de la violencia. No hablamos aquí, entonces, de una mujer abolillada, sino de muchas mujeres abolilladas que, sin importar pertenencia étnica, estatus social, color, religión o ubicación geográfica, nos vemos atacadas, no por un Director Técnico, sino por la misma humanidad, que continua replicando patrones permisivos de la violencia contra las mujeres. 

Las mujeres abolilladas, no podemos seguir indiferentes, debemos romper el silencio para continuar demandando dignidad, respeto e igualdad, pero sobre todo, debemos exigir que nuestro derecho a no ser violentadas sea garantizado. A esto debemos agregarle nuestros propios esfuerzos como mujeres organizadas o incluso no organizadas, promoviendo la consolidación y construcción de redes de apoyo y solidaridad, las cuales permitirán de una u otra manera, al menos en el espacio espiritual y más íntimo, discutir desde la perspectiva de las mujeres, sobre una problemática que, permanece invisibilizada para el caso de las mujeres en general, y tan desconocida para el caso de las mujeres indígenas que pareciera que no existiera.

No puedo evitar sentir indignación ante la realidad de todas las mujeres, sean indígenas, negras, mestizas, mulatas, gitanas o blancas, que hoy por hoy, desconocen sus derechos.  Pero también siento vergüenza, por los miles de colombianos y colombianas, que ante los hechos de violencia en contra de las mujeres, o que ante las miles de víctimas del conflicto armado interno que ha cobrado esta guerra absurda, son inmutables e insensibles.   Mientras tanto, esa misma sociedad indiferente a la absurda violencia, se carcome las uñas frente a un televisor para ver el fútbol de un equipo que, se pretende, sea dirigido por el hombre al que los puños, le saben a Bolillo. 

Finalmente quiero mencionar que, cuando una mujer reclama no ser engañada, vilipendiada, traicionada o humillada, no está solicitando las reacciones brutales de las sociedades basadas en ordenes patriarcales que no entienden que, precisamente, las relaciones entre hombres y mujeres, están fundamentadas en el respeto y el entendimiento del otro, pero igualmente en la responsabilidad de los individuos. En una relación, entre un hombre y una mujer, reclamar honestidad, respeto y dignidad, no significa que, como displicentemente dijo la Senadora Rincón, yo como mujer “joda mucho”, respeto, es lo mínimo que puedo recibir por el simple hecho de decidir a voluntad y honestamente el involucramiento con un hombre. 

Siguen siendo tiempos difíciles para nuestras luchas como mujeres, pero aún así, las mujeres abolilladas tenemos la obligación de hablar fuerte, no podemos seguir indiferentes o en silencio.  ¡Basta ya de maltratos!


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* Wayunkerra Epinayu (Karmen Ramírez Boscán).  Indígena Wayuu del Clan Epinayu.  Epaya’a Miou (Consejera Mayor) - Delegada para Relaciones Internacionales de la Sütsüin Jiyeyu Wayuu – Fuerza de Mujeres Wayuu.  Escritora. Activista de los derechos de las mujeres indígenas y de los pueblos indígenas. 
Berna, Suiza
23:50

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